martes, 28 de octubre de 2008

Bienvenidos

Una vez dije a mi esposa, en plan de broma: "Yo, es que ya soy un viejo verde". Ella me miró un rato lo suficientemente largo como para preocuparme, antes de responder:
-Bueno, viejo eres. Verde también.
Tenía razón, por supuesto. Ya soy viejo y llevo mucho tiempo siendo verde.
¿Qué significa realmente ser verde? Por mi especial amor a la ciencia ficción, el adjetivo se expande en lugar de contraerse. Verde significa amar a los BEM, monstruos de ojos saltones. Significa estar preparado para pensar planetariamente y no sólo en mi barrio, mi ciudad, mi autonomía o mi país. También significa estar preparado para preocuparse por temas que dejan indiferentes a la gran mayoría de los ciudadanos. Verde significa pensar en el futuro, más que en el presente. Todo eso puede significar ser verde.
Pero hay cosas que, realmente, no significa. Lo más importante es que no soy una sandía.
Se dice de los partidos verdes que son sandías. Es decir, que son verdes por fuera y rojas por dentro. Eso es cierto excepto en España, cuyos partidos verdes deberían ser considerados tomates: rojos por fuera y rojos por dentro.
Cualquier persona con dos dedos de frente, que piense en lo que hizo la antigua Unión Soviética con el mar de Aral, que piense en lo que está haciendo la actual China con la contaminación atmosférica o la presa de las tres gargantas, no puede ser rojo. Ni por dentro ni por fuera.
Ser verde, tal y como yo lo considero, es estar en el centro. No en el centro político que está entre las derechas y las izquierdas, sino en el otro centro: ese centro que está a la misma distancia de todo, porque es el centro real. Que busca, analiza y toma una decisión propia y meditada. Después, actúa, en la medida en que puede. Ese centro que explica sus razonamientos pero no los impone.
Solo que es muy difícil a la hora de ir a votar.